
Olía a sal. Y a rocas o a arena, depende. O a todo a la vez.
Sabía a muchas cosas. Sabía mucho a mate, a todas horas.
También olía a marihuana a todas horas, para qué omitirlo.
Sabía a sandwichitos de miga, pizza y empanadas, sorrentinos, paella. Sabía a hamburguesas, pero sólo de madrugada.
Sabía a facturas por la mañana, que eran mediodías.
Sabía a cerveza y a vino.
Sonaba la Rock&Gol mientras íbamos por carretera, The Doors, Radiohead e Incubus mientras estábamos en casa.
El tacto era suave. El ambiente amigable, acogedor, cómodo, divertido.
Y los ojos no daban más de sí ante tanta belleza natural.

El que cruzó el Atlántico para visitarnos tenía por costumbre escuchar todas las mañanas esta canción, así que se convirtió en banda sonora de las vacaciones.
Qué extraño pensar en todo eso sentada en el ordenador del trabajo, cuando aún no hace ni veinticuatro horas que estoy de nuevo en la ciudad.