Tras mis últimos procedimientos en el maravilloso y fascinante mundo de la restauración de muebles, he llegado a la conclusión de que ya estoy preparada para ser madre. No estoy hablando poética ni sentimentalmente. No. Estoy hablando desde el dolor, el sufrimiento y las palabrotas. En el último mes he sufrido más de un parto (literalmente) a la hora de tener que hacer ciertos remiendos en mis
pacientes que dan más faena que traer trillizos a este mundo.
Parto Nº 1: La mesa de coserLa mesa tenía unos desperfectos en la chapa, con lo que retiré algunos trocitos para sustituirla por chapa nueva. Como no tenía chapa y estoy en el paro y no puedo estar gastando en chapas y tontadas, cogí un taco de madera (que conseguí para hacer una cosa que cuento luego) y confeccioné chapitas con ayuda de una serreta. Trabajo de chinos.
Luego había que encolarlas en las zonas dispuestas y dejar secar. Una vez seco, lijar hasta que quede enrasado con el resto de la superficie.
Que dicho todo así suena muy
pim pam, pero de
pim pam nada.
Parto Nº2: La puta silla de los cojonesA esta silla a la que adoraba ahora la odio un poco.
La silla tenía la parte superior de los reposabrazos rota: había que serrar para sacar la parte rota,
fabricar piezas nuevas (ojo a este punto) para sustituirlas y, por si esto fuera poco, desencolar completamente la silla para volver a encolarla bien.
Sólo el desencolar la silla ya fue una odisea, aquello no lo desencolaba ni su padre. El tema es inyectar agua caliente en las juntas con una jeringa, de esta manera la cola blanca se disuelve y (en teoría) se desencola el tema. Tras acabar con la silla encima del fregadero de la cocina y la jeringa a chorrazo vivo y ver que no había manera, opté por el destornillador y el martillo.
Una vez desmontada la silla (por mis cojones), había que serrar la zona rota de los brazos y fabricar una pieza que la sustituyera. Habemus movida.
Como no tenía madera en casa, fui a un carpintero que hay aquí en el barrio y le pregunte si tenía un retal de cualquier madera que me pudiera dar. Me entregó un taco y le di dos euros para el café (y pena creo que también).
Serrar un taco de nueve centímetros cúbicos es una putada muy grande. Tengo un serrucho que soy incapaz de utilizar, me parece que no tengo fuerza suficiente, así que debí hacerlo todo con una serreta de esas de marquetería, con lo cual para hacer esto tardé lo que no está escrito:
Y luego, cuando le fui a hacer el agujero con el taladro para poder unir la pieza con el respaldo, va y me la cargo (un poquito). Así que tuve que confeccionar oootra piececita para tapar el agujero, porque lo que estaba claro era que no iba a empezar otra vez de cero. Su puta madre. Hice un apaño (en eso soy experta), esto por aquí, esto por allá y al final hasta da el pego:
(Este parto fue el más jodido. Aquí no he escrito ni la mitad de palabras malsonantes que salieron por mi boca durante este proceso)
Parto Nº 3: El percheroEl perchero ha sido un parto complejo desde un principio, así que como ya sabía de qué iba el tema, al final lo he sabido llevar con más calma: el desafío era confeccionar una pieza que faltaba en uno de los brazos del perchero.

(foto de archivo)
Hacer eso debe ser más sencillo si eres el tío de Bricogarden, o como se llame, el vasco ese que tiene un taller hasta arriba de herramientas, y de blacandequers y con una mesa de carpintero enorme y todo ese rollo. No es mi caso. Yo tengo un escritorio de 90 x 50 y alguna herramienta que otra (lo que sí tengo es una pedazo de caja de herramientas de tres pisos que me regalaron para mi cumple ^^).
El tema era complicado, pero fui haciendo chino chano:


La pieza ha quedado algo amorfa (a mí me gusta llamarlo artesanía), pero se parece bastante a las demás.
En fin, que tres partos, oiga. ¡Tres partos!
Por cierto, mi caja de herramientas: