Una horita estuve nada más.
El sol me acaloró lo justo mientras estaba tumbada. Me incorporé y miré a la gente que se bañaba. Los miré durante unos minutos, no porqué tuviera dudas o pereza, sinó porqué quería que mis ganas fueran creciendo. Hasta que pensé: "ya!". Me levanté y fuí caminando, tranquila, hasta la orilla. No quería parecer desesperada, aunque venía pensando en este momento a lo largo de toda la semana.
Cuando el agua me tocó los dedos de los pies no paré, seguí caminando como si no hubiera agua. No llegaba a estar agitada, pero el agua traía alguna que otra ola un poco movida, cosa que lo hacía divertido.
Me lancé tímidamente, luego ya me zambullí. No podía dejar de sonreír, como si fuera una nena.
Una abuela bromeaba a las otras cerca de mí, diciendo que se iba nadando a las Canarias. La otra se molestó en indicarle que las Baleares le quedaban más cerca... Yo mientras nadaba, y seguía sonriendo. Quise quedarme en el agua hasta que empezara a sentir frío, entonces salí y me sequé al sol.
Volví. Casi era la hora de comer.
Ay... que no me quiten el mar...!
2 comentarios:
Jajaja. Me ha encantado el post, tal vez deberías haberte zambullido en el cantábrico, el agua en ocasiones está tan fría que parece que corta, eso sí que es una experiencia. Abrazos.
Por suerte el Mediterráneo es más calentito, aunque a principios de verano está fría (me imagino que no tanto como la del Cantábrico, por supuesto).
La verdad es que tener el mar cerca hace el verano más llevadero, no crees?
Un abrazo!
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